En esta sociedad, donde la educación es escasa y por determinados intereses conviene que así lo sea y donde las inquietudes de los niños y jóvenes son reemplazados por silencios, existen personas que no sólo piensan en ellas mismas.
Rafael Condó esta guardado en la memoria de amigos, familiares, conocidos y niños que ahora son adultos, con un legado de ejemplo, un afán por enseñar, mostrar y responder inquietudes.
Quizás escribir sobre alguien de esta manera podría parecer exagerado o irreal, ¿pero esta demás recordar en estas pocas líneas a esta persona que construyo un espacio para que los chicos aprendan, compartan y a la vez se diviertan, con el único interés de hacerlos pensar?
Nacido en Italia, vino a la Argentina en el año 1958 como filósofo y con una orientación científica. Pero antes de llegar a Viedma estudió en Buenos Aires para Ingeniero Agrónomo donde debió rendir equivalencias, ya que el programa de estudio que hay en Italia es diferente al de este país.
El periodista Galo Martinez, intimo amigo de Rafael, lo retrató de la siguiente manera: “El era muy amable, con un humor muy particular, muy Rafael. Era muy profundo en sus convicciones".
Como periodista, una serie de diversas experiencias se desenlazaron al buscar la historia de Rafael Condó, pero hay una en particular que me llamó la atención, y es por la que empecé a recorrer la vida de este señor, pasando por amigos y familiares, interviniendo en sus recuerdos para construir parte de la historia de este personaje.
Hace unos 10 años unos chicos que se juntaban en la costanera, chicos entre 13 y 15 años, tuvieron la experiencia de conocerlo, de una manera muy particular.
“Estábamos en la costanera y aparece un señor paseando a sus dos perros y nos queda mirando, se acerca y nos empieza a hablar”. Uno de los chicos que ahora ya tiene unos 25 años recordó para Huilliches aquel primer momento en donde conoció a Rafael Condó. Ellos siempre se juntaban en la costanera despues del colegio, como a las dos de la tarde hasta la noche. “Me acuerdo que una vez nos pregunto por qué comprábamos cerveza si con $1,50(que era lo que valía en ese momento) podríamos fabricar un barril con 20 litros. El tenia esas cosas”. Luego de charlas y algunos otros comentarios, él les empezó a dar, a estos chicos, algún que otro juego de ingenio. Les decía la consigna y luego se iba. A la vuelta de su paseo, preguntaba si lo habían resuelto y si así era, les daba otro juego para pensar.
El aparecía muy seguido por la costanera y los encuentros con este grupito eran frecuentes. Un día los invitó a su casa, había unos 7 u 8 chicos. Los invito para ver la luna por el telescopio que se encuentra hasta el día de hoy, en el patio de su casa: “Entramos a la casa y era alucinante, tenía dos pianos porque la esposa tocaba el piano, tenía una computadora viejísima (Según el hijo fue una de las primeras computadoras al llegar a Viedma) y un telescopio enorme en el cual pudimos ver la luna”.
Estos recuerdos se entremezclan con los de su íntimo amigo: “Conozco un poco la historia de esos chicos en la costanera -comentó Galo Martinez- Nos encontrábamos seguido caminando y en una de esas me contó que se había hecho amigo de un grupo de pibes” y agrega que Rafael le decía: “No te imaginas lo que estoy aprendiendo con estos chicos, lo que ellos sienten, lo que necesitan, y aunque yo sea viejo ellos me escuchan; Galo, he aprendido mucho”.
Una persona muy inteligente, nutrida de muchos conocimientos, en donde mezclaba la filosofía con otras ciencias. Buscaba en los niños algo que muchos todavía no pueden lograr, es decir entenderlos. Quedaron muchas experiencias fuera de este texto, pero con tan sólo algunas de ellas se puede construir una pequeña parte de Rafael, y aunque por pequeña que sea, se pueden visualizar grandes logros, grandes sentimientos que todavía quedan, y algún que otro juego de ingenio sin resolver. Y entonces vuelvo a preguntar: ¿Esta demás recordar?
Aprender jugando
En 1986 fundo el club de ciencia “Chicos de Viedma” que funcionaba en su casa, en un taller que se encuentra en el patio.
Antes de crear el club, el taller funcionaba para la familia. Sergio Condó, uno de los tres hijos de Rafael, explicó: “En el 86 surgió el proyecto de hacerlo, empezaron a venir unos chicos y les empezábamos a mostrar y explicar, surgió la inquietud y mi papá tenía el tiempo y las ganas y entonces armó todo para arrancar con el club de ciencia”.
Sergio comentó que el objetivo de este proyecto era despertar la curiosidad, hacer pensar a los chicos y mostrarles que con pocos materiales se pueden hacer diversas cosas. “Mi viejo quería mostrarles que había otro mundo, más cosas por hacer”. El eslogan del club era “No hay alumnos ni profesores, solo investigadores”, mostrándoles a los integrantes del taller que no existían diferencias; era trabajar y aprender bajo una igualdad.
Hicieron una exposición en el Centro Cultural de Viedma, pero también convocaban a la gente cuando ocurría por ejemplo algún eclipse, para mostrarles y explicarles lo que estaba ocurriendo. Esto es algo que el hijo lo sigue llevando a cabo. Lleva el telescopio a la costanera o la fiesta del 7 de marzo para mostrarle a la gente, en su mayoría niños, lo fascinante de la astronomía.
El taller de ciencias duro hasta el año 88, pero igualmente siguieron yendo chicos, de las escuelas, barrios, o quizás el los llevo. Con respecto a esto Sergio comentó: “Se podría volver a armar el club de ciencia, es algo muy lindo; pero estaría bueno que alguna autoridad se preocupe, porque faltan fondos para realizar esto”. Y añadió: “Mi padre, como le gustaba, se mataba para conseguir los materiales, sacrificaba otras cosas para hacer esto”.
El taller se dividía en dos grupo, uno iba los viernes y otro los sábados, duraba dos horas y en ese tiempo lo que el quería lograr era que los chicos se interesen por preguntar y por supuesto, que aprendan jugando.
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