La primera vez que me acerque para hablar con él, una de las cosas que le pregunté fue cómo era su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, y en una breve respuesta, que significó más que cien palabras, sólo respondió: "caminando".Y así se lo puede ver por las calles, caminando, siempre caminando, de un lado a otro con su bandoneón, vestido con su saco gris haciendo juego con su sombrero de estación otoñal. Acompañado de su bolso en donde guarda ropa, un equipo de mate, algunas galletitas y sus recuerdos más preciados. Siempre esta preparado, porque en realidad no sabe donde pueda pasar la noche y entonces viaja por la ciudad con las cosas que necesita, sin importar el destino, ya que siempre estará en compañía de su amor más preciado, la música.
Observándolo tocar me animé a interrumpirlo y le dije lo que en ese momento sentía; le comente lo que representaba para mí verlo tocar: que irradiaba soledad, una soledad llena de colores y paz. El me contestó con su risa callejera: "Por eso vivo, por mi soledad y mi música".
Alberto José Scorolli, más conocido como Pichuquito, apodo que le designaron desde muy pequeño por el famoso bandoneonísta Aníbal "Pichuco" Troilo, es el personaje que quiero reflejar, en estas pocas líneas.
Nacido en Mar Del Plata el 25 de mayo de 1942 con la música ya incorporada en sus venas; de una familia donde la mayoría eran artistas empezando por su padre guitarrista, su madre pianista y hasta llegar a su tío, Antonio Scorolli, quien fue su profesor durante sus primeros pasos con el bandoneón.
Esos pasos fueron creciendo en Bahía Blanca, al igual que el tanguero Aníbal Troilo.
Su llegada a Viedma, en 1976, fue sin pensar que sería su nuevo hogar. Antes de quedarse definitivamente en esta ciudad viajó con su música a cuestas por varios lugares del país como Neuquén, la Pampa, Buenos Aires y tantos lugares más en donde conoció a diferentes personas, obviamente relacionadas con su arte como Gasparín, Adolfo Verón, Beto Orlando y Los Cuatro Soles, y Los 5 Designios del Folklore.
De vez en cuando se puede escuchar un tango o una milonga en las paredes del Centro Cultural. Por las mañanas Pichuquito se acomoda en una silla en el anfiteatro y pinta con su bandoneón las butacas vacías, con esa soledad que lo caracteriza y con esa música que lo ilumina.
En algunos bares de la ciudad se asoma para acompañar la melancolía de algún café con su amado instrumento. Una vez me dijeron: "Para Pichuco, esta ciudad es como un gran hotel", significando su presencia por los diferentes lugares de Viedma. Todos le abren sus puertas, muchas veces sin ningún tipo de conversación, entonces Pichuco se sienta y empieza a sonar el bandoneón.
Ese bandoneón gastado por los años y por las caminatas, pero siempre con un sonido específico e inigualable; con su dueño tan especial, quizás surgido de un cuento y marcado con algunas arrugas que definen todos esos años vividos, esos años bohemios en compañía de la soledad y la música.
1 comentario:
LA VERDAD ES MUY BUENA LA NOTA, EL TIPO UN GROSO!!!!
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