Un poco de añoranza nunca esta de más cuando se trata de recordar el pasado y lo que hoy queda de él. Tampoco está de más recordar ese pasado como semilla de nuestro presente. Y en este recordar, el castillo Landalde es una parte muy significativa de nuestra historia y por eso rescatar su pasado es seguir construyendo el presente.
Lo que el pasado nos regala es lo que los antepasados de estas tierras supieron construir, con sus templadas ansias de progresar y su inquebrantable tarea de hacer de Patagones un paraíso histórico por entonces impensable, pero hoy real. Un paraíso donde se funde el pasado con el presente formando indescriptibles sensaciones. Por eso, y para mantener vivo ese pasado, debemos sumergirnos en él, tratando de situarnos en el tiempo y el espacio de aquellos maravillosos días en que el sol iluminaba lo que hoy es nuestra historia inmediata.
No es fácil narrar historias tan atractivas y enigmáticas al mismo tiempo como esta que hoy me ocupa, por lo menos en su totalidad. En este número recorreremos la vida de un tesoro histórico como es el popularmente denominado castillo “Landalde”.
No describiré únicamente lo que se ve a simple vista, sino que el intento será narrar aquello que usted muchas veces se ha preguntando. Esos interrogantes que la propia historia nos genera y de los cuales, muchos de ellos, se ha convertido en una auténtica mitología urbana.
El imponente Palacio Landalde
Como en los párrafos de una novela de la “Belle Epoque” de fines del siglo XIX el majestuoso Palacio ubicado entre las calles Francisco Pita, Elsegood (continuación de calle Villegas) y Pérez Britos (continuación de Zambonini), no sólo muestra su fantástico pasado a través de su fachada sino que también nos atrapa con el sólo hecho de imaginarnos cómo será por dentro.
La inmensa arquitectura representa toda una época de oro de la economía regional, y la más grande construcción del siglo XIX realizada en Carmen de Patagones.
La familia Sassemberg, de origen europeo, fue la encargada de construir esta espectacular arquitectura de la cual no se conoce la fecha exacta de su creación, pero si podemos asegurar que fue entre los años 1880 y finales de 1913, en vísperas de la Primera Guerra Mundial.
El “palacio” fue víctima de la gran inundación de fines de 1899 en la comarca Patagones – Viedma pero a pesar de ello, y de que las aguas del río Negro llegasen a dos metros de altura en el interior, quedo intacto y se mantuvo en buenas condiciones.
Sin dudas, la belleza del palacio Sassemberg, que luego trascendería como el Castillo Landalde por la familia que lo compraría posteriormente, es la estructura arquitectónica más imponente de todo el Poblado Histórico de Patagones.
Epicentro de la economía local
En las inmediaciones de lo que en un tiempo fueran unos ostentosos jardines, se construyeron las dos barracas más grandes del pueblo de Patagones, que eran utilizadas para el acopio de lanas y cueros que tenían como destino final a Europa.
Estas grandes cantidades de productos primarios exportadas al viejo continente significaron para Patagones y la región un gran impulso y crecimiento de la economía, dado que no sólo se beneficiaba el partido de Patagones, sino también la Línea Sur de Río Negro y todo el Valle Inferior desde donde era traída la materia prima.
Estas cargas eran posibles gracias a la apertura del puerto de Patagones a partir de 1880. Allí se recibía la producción de los distintos puntos regionales para luego ser transferida a las barracas. Una vez ahí, se acopiaban grandes cantidades de lana para ser enviadas a Buenos Aires, o directamente hacia el puerto alemán de Hamburgo.
La primer huelga del sur argentino
El gran esplendor de la empresa que funcionaba en las barracas del palacio comenzó a entrar en decadencia con la apertura del puerto de San Antonio Oeste, dado que toda la producción se comenzó a enviar hacía ese nuevo punto estratégico de exportación e inclusive la familia Sassemberg se trasladó allí.
La situación se tornaba difícil para los trabajadores, quienes organizaron una huelga, allá por 1907, en reclamo de sus fuentes de trabajo convirtiéndose en la primera huelga del sur argentino.
La realidad era cruda, la empresa se trasladó a San Antonio, motivo por el cual la familia Sassemberg puso el palacio en venta.
El inicio de una nueva etapa con sus nuevos dueños
Con esta situación de crisis de la empresa Sassemberg en Patagones por el traslado a San Antonio Oeste, la imponente arquitectura estaba a la venta.
No pasó mucho tiempo hasta que la familia Landalde, de Buenos Aires, accedió rápidamente a adquirir el hermoso “castillo”, radicándose en Carmen de Patagones.
No podemos dejar de mencionar sus grandes muros de ladrillos descubiertos, sus pisos de pinotea, los retoques interiores con maderas de roble, los empapelados lujosos que ornamentan las paredes y los mármoles que también destacan el lujo de aquella época. Sin dudas, los grandes salones, como la sala de baile dan cuenta de innumerables reuniones y fiestas allí realizadas por la familia, con los más destacados funcionarios y músicos y lo más granado de la sociedad maragata.
Las cuarenta habitaciones, las cocinas, los locales de servicios, los inmensos subsuelos y sus bodegas, expresan claramente la fortaleza arquitectónica de fines de siglo XIX, con materiales, en su mayoría, importados especialmente desde el viejo continente.
Unos grandes detalles, hasta los más mínimos, hacían que el palacio aflore belleza y atracción, pero como consecuencia del paso del tiempo y tal vez un poco de descuido, aportaron para que esta perla arquitectónica se vea desgastada, casi abandonada.
Más allá de seguir atentamente esta narración, usted en este momento estará intentando imaginarse aquellos años, o por lo menos esa es mi meta a través de estas líneas: dejarle una impresión de lo que significa esta maravilla maragata, intentando transportar tantos detalles de tan seductora historia.
En la imponente casona vivía junto a su familia, desde los 15 años de edad, Leonor Landalde, una joven mendocina. Allí vivió su adolescencia y adultez, rodeada de importantes figuras maragatas. El destino, tan especial, dictó que Leonor contrajera matrimonio con el capitán de fragata Eduardo Nicolás Otaño.
Pero no se puede continuar con este relato, sin mencionar los gratos recuerdos de los que Leonor y su marido Eduardo fueron partícipes, como esos maravillosos días de gala junto a la sociedad de Patagones, en donde se compartían largas horas de excelente música despedida en el aire por la vitrola o por las mejores combinaciones de notas que las orquestas ofrecían para tan agradables momentos como aquellos días en que el salón de baile era el principal testigo de admirables armonías que interpretaba el bahiense Carlos Di Sarli, músico de renombre internacional en la escena del tango argentino y gran amigo del matrimonio.
Pero no todo fue fiesta y bellos recuerdos para la familia Landalde – Otaño, ya que quince días después de haber agasajado con las más significantes notas musicales del tango el querido y apreciado Carlos Di Sarli falleció, dejando de luto a la música argentina.
Profundizando un poco más en la destacada figura de Leonor Landalde, que fue casi “una princesa en su palacio”, debo remarcar sus inquietudes literarias, su amistad con el francés Antoine de Saint Exupéry, creador de la obra “El Principito” reconocida a nivel internacional, aviador de renombre, pasión que compartía con Leonor Landalde quien se transformó en la primera mujer que representó a las argentinas en un viaje inaugural del servicio de Aeroposta entre la ciudad de Bahía Blanca y la ciudad sureña de Comodoro Rivadavia.
La gran familia de Leonor estaba conformada por renombrados, empresarios, yfuncionarios políticos como el ex gobernador de la provincia de Chubut.
Los nuevos dueños, los recordados “Landalde”, habitaron la casona hasta el año 1943 aproximadamente, época de grandes cambios en Argentina y por supuesto también en Patagones.
Un nuevo capítulo en la historia del “Castillo”
Atrás habían quedado las grandes reuniones de gala en el principal salón del palacio, atrás había quedado la adolescencia de la joven Leonor y sus mejores momentos y recorridas por el pueblo maragato, porque la familia había puesto en alquiler la gran casona.
Desde aquellos años, mediados de la década del ´40, el palacio se convirtió, provisoriamente, en la sede de los efectivos militares del Distrito Militar 66 que funcionó allí hasta 1952, cuando dicha sede inauguró sus instalaciones en la vecina ciudad de Viedma.
Luego de que la sede militar se trasladara a Viedma, Leonor regresó allí, a su maravilloso lugar, al palacio, donde disfrutó sus últimos días añorando viejos recuerdos.
Como en una inusual novela de época, el capítulo final de esta historia conlleva una desolación impensada por aquellos habitantes. El paso del tiempo, refleja el abatimiento de su estructura. Un lugar espléndido, una de las siete maravillas de Patagones, es víctima de un desgaste edilicio por consecuencias del paso del tiempo.
Junto a la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, el puente ferrocarretero, el Fuerte del Carmen, el Cerro de la Caballada, las Cuevas maragatas que habitaron estas tierras, el Castillo Landalde conforma, según mi criterio, una de “las siete maravillas de esta ciudad”, sin descartar el resto, porque en sí, la historia maragata es una maravilla, aunque no tan apreciada.
Lo cierto es que como constituyente fundamental del desarrollo económico de la ciudad en aquellos años de auge, por sus cautivantes historias, por que es de los maragatos, por sus añorados años y por todo lo acontecido en su pasado, por los largos años, el castillo está en camino a ser expropiado por la Municipalidad de Patagones.
Bajo el expediente Nº 4084-4688/2008 ingresado al Honorable Concejo Deliberante del Partido de Patagones en mayo del corriente año se sancionó con fuerza de ordenanza la declaración de interés general y sujeto a expropiación el predio denominado como “Castillo Landalde”, ordenanza registrada bajo el Nº 234.
Un hecho realmente significante dado que la historia nos pertenece a todos los que habitamos, y a los que habitaron y aportaron en esta increíble novela, cuyos capítulos no se terminan de escribir.
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